Parece que la realidad esté reclamando del cristiano una respuesta a las necesidades del hombre de hoy, de aquí y de ahora. Y debe ser una respuesta que no responda sólo a la dimensión espiritual del ser humano, sino que le ofrezca claves para vivir con libertad y sentido en todos los ámbitos de su vida, incluido el financiero.
La sociedad está cambiando a un ritmo vertiginoso. En lo técnico, las nuevas tecnologías están revolucionando todos los ámbitos de la vida del hombre. Los aparatos ofrecen cada vez funcionalidades más sorprendentes. El internet de las cosas avanza a pasos de gigante. Las promesas de la ciencia son cada vez más ambiciosas. Y como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, la transformación técnica está siendo acompañada también por una transformación de la cultura, de la mentalidad y de las costumbres, y en consecuencia, buscamos una nueva forma de estar en el mundo.
Quien se pare a mirar al hombre de hoy descubrirá unos rasgos comunes que revelan cómo se percibe este a sí mismo y qué criterios sigue para relacionarse con el mundo que le rodea:
- Mentalidad de los resultados: Influenciado en exceso por la mercantilización, el hombre moderno vive en una continua búsqueda de resultados. Las tareas que realiza tienen necesariamente que ser útiles, deben servir para algo y reportar unos resultados que sean medibles, evidentes e inmediatos.
- Dispersión: Los valores que hace un siglo eran los cimientos de la cultura se han sustituido por otros valores cambiantes, volubles y de menor solidez. Los muros de contención que permitían que la vida y las fuerzas del ser humano se dirigiesen decididamente hacia un ideal bueno, bello y verdadero se han derrumbado y, con ello, el hombre se ha dejado arrastrar hacia la dispersión.
- Sentimentalismo: El mundo afectivo ha cobrado un protagonismo sin precedentes. Este cambio es una moneda con dos caras. Por un lado, recupera la importancia de la dimensión afectiva del hombre, lo que es crucial para conseguir un crecimiento armonioso de la sociedad. Por otro, el excesivo encumbramiento de los sentimientos, por encima de razón y voluntad, le puede llevar a tomar decisiones según unos criterios equivocados y poco consistentes.
- Secularización: En las últimas décadas la sociedad se ha esforzado por eliminar de la vida pública la práctica de la fe. En el caso de Europa, los espacios en los que la presencia de la Iglesia era antes de lo más natural se están cerrando a cualquier manifestación de fe. El ser humano está buscando satisfacer su sentido religioso confiando en promesas que proceden de ideologías de todo tipo (científicas, filosóficas o políticas).
Todo ello conduce a una situación en la que “el tejido social se va debilitando y la sociedad se va diluyendo en una masa desorientada, aposición de individuos con intereses encontrados, sin referencia cierta a un bien personal y común y sin la capacidad de construir una sociedad que sea realmente justa, un verdadero ethos, donde nazca, desarrolle y crezca una vida verdaderamente humana”[1].
¿Quién no se sentiría interpelado por una situación como esta? Parece que la realidad esté reclamando del cristiano una respuesta a las necesidades del hombre de hoy, de aquí y de ahora. Y debe ser una respuesta que no responda sólo a la dimensión espiritual del ser humano, sino que le ofrezca claves para vivir con libertad y sentido en todos los ámbitos de su vida, incluido el financiero. La pregunta que cabría hacerse como cristianos es: ¿cómo podemos ser respuesta a las preguntas del hombre de hoy en un mundo en el que el lugar que ocupa la Iglesia como institución es cada vez más modesto? ¿cómo obedecemos a la sugerencia de no permanecer ociosos[2] que nos hacía Juan Pablo II en la encíclica Christis Fideles Laici?
Mantener vivo este interrogante y responder al mismo es tarea de cada uno. No obstante, Benedicto XVI proponía una manera de hacerlo – y ahondaremos en ella en próximos artículos -. Hablaba de una Iglesia conformada por minorías creativas. Esto es, por pequeños grupos de creyentes convencidos y encendidos con “una herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual”[3]. Grupos que, lejos de cerrarse en sí mismos, son capaces de abrirse a la creatividad que no viene de ellos para responder con parresía[4] a todos los retos que surgen continuamente en nuestra sociedad.
[1] Granados, L. and Ribera, I., 2011. Minorías creativas. Didaskalos.
[2] Juan Pablo II, 1988. Christi Fideles Laici. p. 3. Disponible en: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_30121988_christifideles-laici.html
[3] Benedicto XVI. 26.09.2009. Encuentro con periodistas. Disponible en: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2009/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20090926_interview.html
[4] Papa Francisco. 18.04.2020. Homilía. El don del Espíritu Santo: la franqueza, el valor, la parresía. Disponible en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2020/documents/papa-francesco-cotidie_20200418_lafranchezza-dellapredicazione.html